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Ben

    En la comunidad de Bella Vista había un burrito llamado Ben. Este llevaba años trabajado duro para su dueño que le daba buen alimento, cobijo y techo.

    Ben no era un burrito común y corriente, claro que no. Todos los burritos a su alrededor eran de un color negro y con un pelaje envidiable. Ben era color café con su pelo tosco, todo desparpajado incapaz de acomodarse. Pero, a él no le importaba y a diferencia de los demás animales, a Ben le encantaba su trabajo.

    La rutina de Ben

    Todos los días, Ben se levantaba muy temprano, a las cuatro de la mañana, y salía junto con su dueño, al húmedo bosque, al norte de Bella Vista. Para llegar a este bosque tenía que caminar casi una hora de ida y otra mas de regreso. Mientras su dueño buscaba un buen árbol para leñar, Ben se ponía a ver a su alrededor.

    Veía a las hormigas, los camaleones, las ardillas jugueteando por aquí y por allá, los conejos y los que no podían faltar, los mapaches, los tejones y los tremendos zorros. Para Ben siempre había algo nuevo que descubrir en el bosque. Incluso hasta los colores de los árboles, en toda su vida había contado 26 colores diferentes de verde. A Ben no le gusta perder el tiempo.

    Mientras regresaba a casa, con una carga muy pesada, se preguntaba qué habría detrás de aquellas nubes, que cubrían Bella Vista la mayor parte de año. Nubes blancas como bolas de algodón, nubes gris claro, gris obscuro y hasta muy negras cargadas de agua. «¿Que habrá?¿Qué hay?» Se preguntaba constantemente. Llegando a su casa, su dueño le daba de almorzar su maíz, agua fresca, que el mismo había traído del río el día anterior.

    A las 7 de la mañana en punto, su dueño le colocaba los aparejos nuevamente y le subía dos grandes costales. En los costales llevaba maíz, frijol, garbanzo y piloncillo, que su dueño vendía en el tianguis de la plaza de Bella Vista, todos los días. Más tarde, como a las 6, ya van de regreso a casa y con menos carga, gracias a una buena venta. Por su parte Ben se daba el tiempo de mordisquear la orilla de la vereda, donde encontraba suculentas y verdes yerbas; pero tenía que ser rápido porque su dueño no perdía el paso y él no podía perder el trote.

    Ya en la noche su dueño lo encerraba en el granero, le ponía su zacate y su agua y lo dejaba descansar. Esa era su rutina día a día, la leña, el almuerzo, el viaje a la plaza, el granero y el zacate.

    Sorprenden a Ben

    Pasaban los días y los meses y a finales del mes de Octubre la cosecha de maíz, frijol y garbanzo fue extraordinaria, ya no cabía en el granero. Así que cuando se llenó el granero, tuvieron que sacar a Ben a un corral improvisado y al finalizar del día le tocó quedarse a la intemperie. Pero no pudo suceder nada mas extraordinario, ya no era tiempo de lluvia, el cielo estaba despejado y había una Luna brillante y tan grande que parecía que Ben la podía tocar con solo levantar el cuello. No lo podía creer, tenía los ojos que se le salían de las cuencas, parecía un sueño, toda esa belleza detrás de aquellas nubes valían la pena pasar frío y las horas parecían segundos.

    Falta tiempo para poder admirar todo ese manto estelar. Había tantas estrellas en el cielo que Ben decidió ponerle nombre a cada una de ellas. Empezó por la Luna a la cual llamó La Reina, a las estrellas más brillantes les puso nombre que empezaran con la letra “A”, Ana, Andrea y así sucesivamente. Para cuando se le acaban las ideas seguía con la letra “B” Berta, Beatriz y así seguía.

    Pasaron los días y aquel corral improvisado lo fue mejorando su dueño. Ahora Ben podía incluso correr en su corral ya que lo ampliaron bastante, la cerca eran postes redondos unidos horizontalmente con jirones de corteza de pino y en medio del corral colocaron un gran bebedero de madera. Al principio se sentía extraño, nunca antes había estado en un lugar con tantas comodidades, parecía que su vida estaba cambiando para bien. Con miedo, Ben se acercó al gran bebedero, y por primera vez vio su imagen reflejada en el agua. No lo podía creer, si que era diferente, tenía unas enormes orejas, más grandes que las de sus vecinos, unos ojos grades y negros. La verdad es que no era feo, solo diferente.

    A medida que pasaban los días Ben se ponía a platicar cada noche con una estrella diferente. Le contaba como le había ido en su día, si pesaba o no la carga, si hacía frío, si estaba duro el maíz que había comido o si estaba muy seca la paja. Platicaba cada detalle hasta que se quedaba profundamente dormido.

    Ben tiene una nueva amistad

    Un día Domingo Ben estaba terminando de cenar y salió al bebedero a tomar un poco de agua fresca, eran como las 9 de la noche. Inclinó su cabeza y mientras estaba tomando agua alcanzó a ver el reflejo de una estrella, el reflejo parecía que se apagaba y se encendía. Esto de inmediato le llamó la atención a Ben, volteo hacia el cielo y buscó esa estrella que no había visto en las semanas anteriores. De inmediato la encontró y expreso «¡¿Por qué no había visto a esta estrella?!». La estrella parecía que por momentos se apaga y brillaba menos, como si no quisiera que la vieran.

    Para pronto, Ben le quiso poner un nombre, la vio detenidamente y no sabía que estaba pasando. Por mas vueltas que le daba no podía ponerle un nombre. Así que se puso a platicar con ella empezó diciéndole «¿Por qué parece que te apagas? ¿Qué te hicieron?» para así poder saber mas de esa estrella y poder ponerle el nombre mas adecuado.

    Pasaron 3 días desde que había encontrado a esta estrella y Ben todavía no le ponía el nombre. Pero las pláticas con esta estrella se hacían mas largas y constantes. Ben habla ya no de su rutina diaria sino de sus miedos, sus propósitos y sus logros, eran conversaciones muy diferentes.

    Ben se emociona

    Cuento de Ben

    Pasado el tiempo Ben ya no veía la hora en que se hiciera de noche, para platicar nuevamente con esta estrella que aún no le ponía nombre; pero que cada día brillaba mas. Como Ben dice «eran pláticas que anhelar». Un día Ben llegó a pensar que le gustaría poder volar para sentarse junto a esa estrella y tener una buena plática bajo la Luz de la Reina.

    Cierto Domingo por la tarde, escuchó a su dueño decir que «cuando alguien muere se va al cielo y se convierte en una estrella«. A partir de ese momento no podía pensar en otra cosa mas que, en como estar con aquella estrella que tanto le llamada la atención. Era algo que le atormentaba su cabeza, ya no se levantaba temprano, ya no disfrutaba de la caminata al bosque, ya se cansaba con la carga, ya no comía, y se molestaba con el mismo por no tener la posibilidad de poder viajar hasta el cielo.

    Le daba continuamente vueltas a lo que había dicho su dueño, tanto así que un día rumbo al bosque pasando junto a un acantilado se detuvo miró al cielo y pensó «si me dejo caer seguramente voy a poder estar a lado de esta estrella«. Pero su dueño de inmediato lo jaló del mecate, como si supiera lo que Ben estaba pensando hacer.

    Ben llegó a su corral pensativo y se preguntaba qué estaba pasando. Llegó la noche y le contó toda a esta estrella y le prometió que no lo iba a volver a intentar.

    La esperanza

    Burrito Ben

    Y más pronto de lo que Ben quisiera, el tiempo fue pasando y llegó Mayo el tiempo de lluvia. Durante el día y por las noches, en la época de lluvia en Bella Vista, el cielo se cubría con un manto de nubes. Así que Ben aunque esperaba la noche, ya no era fácil ver a esta estrella. Con un nudo en la garganta y lleno de sentimientos, sus lágrimas se llegaban a confundir con las gotas de la lluvia.

    Finalmente Ben se dio cuenta que esta estrella, además de bella y brillante, estaba por encima de todas las demás. Por decirlo de alguna manera era la principal para él, por eso decidió ponerle por nombre Princesa.

    FIN

    Kuautli

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